De vez en cuando surge una tecnología que cambia el mundo de forma irreversible y esto está a punto de ocurrir de nuevo. Estamos viviendo los albores de una nueva era aunque aún no nos hemos dado cuenta, y parece los que lo han hecho intentarán retrasarlo a toda costa. Pero no hay problema, una característica fundamental de las tecnologías disruptivas es que son imparables.
Supongo que a estas alturas ya he despertado tu curiosidad ¿Cual es esa nueva tecnología que va a cambiar el mundo? Pues muy sencillo, la impresión 3D. A pesar de lo que el cine nos ha prometido, la tecnología estrella del siglo XXI no serán los viajes espaciales (al menos por ahora), si no la impresión de sólidos en 3 dimensiones.
Supongo que a estas alturas ya he despertado tu curiosidad ¿Cual es esa nueva tecnología que va a cambiar el mundo? Pues muy sencillo, la impresión 3D. A pesar de lo que el cine nos ha prometido, la tecnología estrella del siglo XXI no serán los viajes espaciales (al menos por ahora), si no la impresión de sólidos en 3 dimensiones.
Como suele ocurrir, para ver las cosas más claras necesitamos
un poco de perspectiva. Retrocedamos un poco hasta los
inicios de lo que se ha venido en llamar la segunda revolución industrial,
¿Cual fue el hito que marco sus inicios? Pues ni más ni menos que la invención de la cadena de
montaje, que simplificado no es más que una larga hilera de trabajadores que ejecutando
repetidamente pasos sencillos, cada cual uno distinto, consiguen completar un
producto complejo que todo el mundo desea. Este sistema de producción empezó
allá por 1901, cuando el señor Ramsom Elis Olds (aunque la historia más
extendida le atribuye el mérito a Henry Ford) decidió fabricar automóviles más
asequibles que los existentes por aquel entonces, de fabricación artesanal. Si
analizamos un poco más en profundidad el porqué de del surgimiento de esta idea
se nos plantean dos causas claras.
La primera realidad que los fabricantes de
automóviles tuvieron que asumir por aquel entonces era que la disponibilidad de
mano de obra especializada, capaz de diseñar y fabricar un automóvil completo,
era muy escasa. En cambio era muy sencillo encontrar trabajadores que fuesen
capaces de memorizar unos pasos sencillos y repetirlos durante horas y horas en
jornadas de trabajo interminables. Muchas cosas han cambiado desde entonces,
sobre todo en cuanto a la posibilidad de automatización de estos procesos. Pero
la industria siempre ha sido capaz de encontrar nuevas zonas del mundo en las
que conseguir mano de obra barata. Y aunque una máquina hoy en día pueda hacer lo mismo de forma mucho más eficiente, la
inversión necesaria siempre es muy inferior con el trabajo manual. Que se lo
pregunten si no a los habitantes de la otrora joya de la economía americana.
Que seguramente en su día consideraron graciosa la localización de una película
de Paul Verhoeven de los 80 que ha resultado ser profética, Robocop. Obviamente
no en cuanto a los ciborgs policía, pero si en cuanto al negro destino de la
ciudad de Detroit.
Pero aún hay otra premisa, la más
importante, de la que siempre nos olvidamos a la hora de evaluar este tema. Tal
vez porque tenemos la idea tan metida en la cabeza que ni siquiera nos la
planteamos, y es que para que la producción en cadena sea posible es necesario
definir un producto que muchísimas personas puedan desear. Si sólo una persona
quisiera un determinado producto no tendría sentido fabricarlo por millones de
unidades. Ya lo dijo el célebre (por esto y por alguna que otra animalada)
señor Ford, y esto sí que es mérito suyo, "Los clientes pueden pedir cualquier color para su coche, siempre que este sea negro". La unificación de las
características de un producto es la base que permite el abaratamiento de
costes que conlleva la producción en cadena, ya que ésta no sería posible si
todas las unidades no tuviesen una base común. Si queremos hacer mil cosas diferentes
da igual la cantidad de pasos en los que dividamos su proceso de producción, va
a costar lo mismo hacerlos de uno en uno que en cadena. Esta es la fortaleza, pero también el punto más debil de la idea de la producción en masa. Un error en la decisión de las especificaciones de un producto puede llevar a una gran empresa a la quiebra.
A lo largo de los años tanto la tecnología
como la preparación de los trabajadores han ido mejorando progresivamente pero
ninguna de estas premisas ha cambiado. Y esto es lo que está a punto de
ocurrir. La aparición del software en las últimas décadas del siglo XX ha
creado una nueva actitud en los consumidores, de forma que aunque el producto
que yo me compro sea exactamente igual al que compra mi vecino, el uso que le
doy puede ser completamente distinto. Y esta tendencia ha llegado al extremo
con los teléfonos inteligentes, puesto que si nos fijamos casi no hay
diferencia entre un teléfono y otro, todos son pantallas rectangulares de mayor
o menor tamaño. Es más, se ha llegado al extremo de dar denominaciones de
producto distintas a cosas exactamente iguales pero con distinto tamaño ¿Cuál
es la diferencia real entre una tableta y un teléfono?¿Y un phablet :)?¿Alguna
aparte del tamaño? Pues me temo que no. Ese ha sido el último gol por la
escuadra que nos ha colado el señor Jobs.
Pero sin duda el mayor avance que se ha
producido en todo este tiempo ha sido en los medios de producción y es lo que
hará posible un salto cualitativo en los próximos años. Mientras la industria
de consumo se afanaba en abaratar sus productos a costa de las condiciones de
trabajo y basaba su beneficio en la existencia de grandes masas de trabajadores
en condiciones de semi-esclavitud, hay otro tipo de industrias que ha centrado
su desarrollo en la fabricación de dispositivos totalmente a medida, con
tiradas de pocas unidades y centrando su valor en diferenciación y calidad.
Solo hay una forma de conseguir esto de una forma asequible y es automatizando
casi completamente el proceso de fabricación y en gran medida el de diseño.
Máquinas fabricadas por máquinas y diseñadas por personal altamente
cualificado.
Y la culminación de la automatización de
procesos de producción es la llegada de las impresoras 3D de bajo coste, que
está a punto de alcanzar el uso masivo. Estos equipos son auténticas fábricas
en miniatura que en pocos años serán capaces de producir casi cualquier cosa,
desde simples adornos hasta equipos electrónicos pasando por armas, ropa o
incluso comida. El último producto que se fabrique en masa será un dispositivo
capaz de fabricar otras cosas. Si lo analizamos a fondo es justo la conclusión lógica
de toda esta evolución. Que otra cosa se ajusta mejor a la producción en cadena
que una única herramienta que puede generar una infinita variedad de otros
productos basándose en piezas estándar que simplemente aportan los materiales
necesarios (llamémosles "cartuchos" por analogía con las impresoras
actuales). Aunque claro, solo será fabricada en masa la primera generación,
puesto que las siguientes se fabricarán a si mismas. Tal vez sea por eso que la
evolución de las impresoras 3D viene de la mano de aficionados o pequeñas
start-ups y no desde las grandes marcas de electrónica de consumo. Simplemente
tienen miedo de que esta tecnología acabe con su negocio, que al fin y al cabo
no es otro que la capacidad de producir cantidades ingentes de productos
iguales.
Pero bueno, hasta aquí no he dicho nada
revolucionario, solo he llevado las cosas al extremo y llegado a la conclusión
de que todas nuestras necesidades podrían llegar a satisfacerse con un único
producto... pero eso no nos ofrece demasiadas ventajas, ¿Dónde está la gracia?
Pues es fácil ver el siguiente paso, la disponibilidad de una tecnología que
permita a cualquier persona fabricarse casi cualquier cosa en su propio hogar
permitirá por fin romper la premisa de la economía de escala. Si cada usuario
puede fabricarse sus propias herramientas, entretenimientos o incluso sustento,
ya no hay necesidad de que todos usemos el mismo patrón. Cada producto podrá
adaptarse a cada persona, y si ahora hay 10 modelos de un mismo equipo, en ese
momento habrá tantos modelos como usuarios. Cada cual podrá adaptar los
productos a sus necesidades exactas (siempre y cuando los diseños sean
abiertos, claro) y esa es la gran ventaja que hará triunfar la tecnología de la
impresión 3D.
Esta técnica que podríamos denominar de
micro-fabricación, por contraposición a la fabricación en masa, nos abrirá un
mundo completamente nuevo de productos, ahora imposibles salvo tal vez para
unos pocos privilegiados, que se ajustarán a nuestras necesidades exactas. Ya
se están haciendo en medicina experimentos de impresión de partes protésicas
adaptadas a la forma específica del cuerpo y los traumas de cada paciente, pero
podemos llegar más allá, hasta los productos de consumo hechos a medida.
Imagínate unos cascos que se adaptan exactamente a la forma de tus oídos,
generando una comodidad y una calidad de sonido inalcanzables hoy en día. Ropa
que se adapta exactamente a la forma de tu cuerpo, sin sobrantes, sin
tiranteces, cualquier modelo exactamente a tu medida. ¿O que tal una silla para
tu despacho hecha exactamente con la forma del arco de tu columna? ¿Será el fin
de los dolores de espalda?
Hay muchas e interesantes implicaciones en
esta tendencia pero sin duda la más importante es económica. A medio plazo
desaparecerá completamente la necesidad de grandes masas de trabajadores sin
especialización, ya que la producción en masa será cosa del pasado y el único
valor que realmente podremos ofrecer a nuestros semejantes será la creatividad.
Será nuestra habilidad para crear nuevos productos o nuevas adaptaciones de
productos existentes lo que ofrezcamos al mercado de trabajo y no simplemente
nuestro tiempo o fuerza bruta como hacíamos hasta ahora. El proceso de
fabricación dejará de tener valor y será exclusivamente el diseño del producto
lo que tenga importancia. En cierta forma esto ya es así a día de hoy, pero por
desgracia la economía de escala aún es crucial, y aunque no sea importante
donde se realice el proceso de fabricación, sí que lo es el hecho de ser capaz
de aglutinar un volumen de ventas suficiente como para poder rentabilizar un
proceso de diseño muy costoso. Si las aplicaciones móviles han demostrado que
cualquiera puede hacer software y ganar dinero con ello desde su casa, las
impresoras 3D harán que cualquiera pueda diseñar productos.
Esta tendencia cobra especial interés en
un lugar como el país en el que vivo, España, que atraviesa una crisis que
afecta a la sociedad hasta sus cimientos. Con tasas de desempleo estratosféricas la
tentación política de abaratar el coste de la mano de obra y conseguir
inversión extranjera para establecer aquí plantas de producción es muy grande,
pero ya es demasiado tarde para esa solución. El modelo productivo ya está
cambiando y tomar esa dirección, además de complicado, es garantía de fracaso.
Aunque consiguiésemos iniciar ese proceso, nunca llegaría completarse, ya que
el mercado cambiará a nivel mundial mucho antes de finalizar ese camino y
estaremos de nuevo donde empezamos pero con una cantidad tremenda de recursos
desperdiciados y tiempo perdido. Cuando realmente tenemos la oportunidad de
empezar con ventaja, sin nada que perder. En fin, espero que si alguien
importante me lee tenga en consideración estas pinceladas de lo que nos depara
el futuro del diseño y fabricación de productos. Señores importantes, dediquen
sus recursos a fomentar la creatividad de sus ciudadanos y el resto vendrá por
si mismo.
Pablo Rodiz Obaya, diseñador de productos